SABIA Y HONDA. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E.




 
SABIA Y HONDA
Doña Elvia era una mujer sabia. De escasa cultura, pero inteligente. Católica, pero no fanática. Metódica, pero no extravagante. Hablaba sólo lo necesario, lo cual es mucho y muy bien decir de una persona.
Solíamos conversar cuando yo comenzaba la adolescencia. Fue quien me encaminó hacia los estudios sacerdotales, no sin advertirme: si alguna vez, en el Seminario, te das cuenta de que estás fastidiado de esa carrera, salte de inmediato. Es preferible un desertor oportuno, que un sacerdote desadaptado.
Para comenzar, me recomendó con el Párroco Mariano Lombroso, sacerdote italiano descendiente del famoso fundador de la Escuela de Criminología Positivista, César Lombroso.
El Padre Mariano me incorporó al grupo de los monaguillos, donde escuché de cerca los primeros latinazos, de los que los muchachos  no entendíamos  ni papa, ni siquiera cuando rezábamos el Credo en la Misa.

Cada visita mía a Doña Elvia, encerraba una enseñanza valiosa, que hoy le agradezco, pues me abrió los ojos.
Recuerdo que, entre otras cosas, me dijo:

+Ya que tienes la oportunidad de estudiar, hazlo. Pero de verdad. No le des tanta importancia a las calificaciones como al hecho de estar consciente de lo que sabes.
Para obtener buenas notas muchos recurren a la adulación, lo cual es insano, inmoral, porque es una forma de evadir la verdad. Tú no. Tú debes recurrir a tu propia consciencia, a tu realidad personal y debes otorgar más valor al saber que al título.
En este país hay muchos titulados que merecen la destitulación.

+Cuando obtengas título,  no te vanaglories, no te creas superior a los demás. Sé humilde. El hombre cuanto menos vale más se infla, y el inflarse es propio de la gente mediocre. Mediocre es el que vale mucho menos de lo que cree. La mediocridad es una enfermedad del espíritu que desgraciadamente padece mucha gente.
La manifestación más clara de la mediocridad de una persona es la envidia, que es egoísmo, vileza, mezquindad.

+Cuando tengas hijos, una de las primeras lecciones que debes enseñarles es evitar la mediocridad.
La palabra lo dice: mediocre es el que no vale mucho porque sale de abajo pero no llega sino a mitad de la cuesta, jamás a la cumbre. Se queda a mitad del camino y de allí jamás logra salir.

+La gente desperdicia energía sin  necesidad. Se debe ser severo en cosas que valgan la pena, que verdaderamente valgan la pena. No en tonterías. “Fulano de tal” es excesivamente exigente para con sus hijos, que son unos muchachos buenos y no merecen que les imponga castigos por simples travesuras.
Si te toca ser padre de familia, no olvides este consejo.

+Si “fulana” hubiese  abortado como le aconsejaban las malas lenguas, porque el hijo sería extramatrimonial, ¿quién hubiese visto de ella durante la vejez, pues no tenía absolutamente a nadie más?
Cuando una mujer ve que nadie se va a casar con ella, que tenga un hijo, sea como sea. El matrimonio no es fundamental. Con matrimonio o no, la gente sigue existiendo.
Yo me casé, pero no tuvimos hijos. Adopté a un niño, y  es el que ahora me acompaña después de que murió mi esposo.

+La sociedad siempre está dispuesta a criticar, pero  no ayuda a nadie. Cada quien tiene que luchar solo. Quien se entrega a escuchar a la sociedad, se hunde, fracasa o por lo menos se cansa de esperar y nadie lo ayuda.

+En la oración lo que importa no son las palabras sino la intención.
Conocí a una campesinita muy creyente, muy fervorosa, que creaba al momento sus propias oraciones, sin mucha formalidad. Rezaba poco las oraciones comunes, como el Padre Nuestro y el Ave María, que la gente repite como los loros, maquinalmente, sin ningún sentimiento.
Una vez la escuché orar frente a la imagen de la Virgen del Carmen,  en la iglesia que está a una cuadra de aquí:
“Ay, putita, putita. Concédeme esa merced. Ayúdame, putita ”- decía con verdadera piedad, sintiendo profundamente lo que pedía.

+Los amigos verdaderos se cuentan con los dedos de una mano, y todavía sobran uñas…
No debemos suponer que todos los que dicen ser amigos lo son realmente. Hay que ir con mucho tiento en esta materia. Observar, estudiar, analizar a las personas, para ver si merecen nuestra confianza. Muy pocas pasan la prueba.

+Prefiero un enemigo sincero que un falso amigo. De  un enemigo franco, uno sabe a qué atenerse. Cuidado y lo más lejos posible.
Pero los amigos falsos son otra cosa, porque la máscara esconde sus malas intenciones, y ahí está el problema. Debes aprender a desenmascarar a la gente.

+Cuando no estás de acuerdo con un amigo en algún asunto, díselo con franqueza. Si te da una mala respuesta, abandona esa amistad, porque esa persona indica que es enemiga de la verdad, y no hay ser más vil que quien rechaza la verdad.

+Uno debe estar sólo donde y cuando es necesario para prestar ayuda o colaboración. Si no es así, es un estorbo. No hay ser más estúpido que quien ni siquiera se da cuenta de que está estorbando.

Cuando años después la visité en su casa, poco antes de su muerte, le informé que había abandonado la carrera sacerdotal y me había graduado de ingeniero en los Estados Unidos. Me felicitó: mejor así, si no ibas a ser un buen sacerdote. La Iglesia está llena de malos curas porque no se retiraron a tiempo, por estupidez o por cobardía.
También le llevé a mi esposa Mary, norteamericana con la que me casé en Los Ángeles, de la que tuve dos hijos. Doña Elvia conoció al primero de ellos.
¿Te das cuenta, Carlos? Si hubieses sido cura no estarías casado con esta buena mujer ni andarías libremente con tus hijos…
Tenía razón…Ah, Doña Elvia. Cuán sabia eras…
Bendigo la suerte de haberme contado entre sus amigos. Sus consejos me resultaron de gran ayuda en el curso de mi vida. Fue algo muy pero muy oportuno porque su orientación me llegó cuando más la necesitaba, a falta de otros consejeros…




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