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IUS-Etica Un nuevo paradigma: Estado Etico de Derecho

El Derecho está agotando sus fuerzas y requiere de una revitalización que sólo la Moral puede brindarle

EL RECURSO DE APELACIÓN POR CAUSA MORAL Juan José Bocaranda E




EL RECURSO DE APELACIÓN POR CAUSA MORAL
Juan José Bocaranda E

Los abogados en ejercicio desperdician un medio de combate y defensa de formidable envergadura como lo es el recurso de apelación por causa moral. Su fundamento es el Principio Ético expresamente consagrado en el artículo 2º de la Constitución venezolana, pero en general  implícitamente activo en todo sistema legal en virtud del principio de la dignidad humana. Por lo que cabe afirmar que en todo sistema jurídico que consagre los derechos  humanos es procedente el recurso de apelación por causa moral.

Para hacer uso de este recurso no es indispensable admitir los planteamientos de la Iusética, pues se da  la posibilidad de interponerlo  dentro de la esfera del Derecho tradicional, sin tener que aceptar la tesis de la unión estrecha de la Moral con el Derecho, tan incómoda para muchos. La ventaja  radica en que la Moral tiene la última palabra.

Interpuesto el recurso, al juez no le cabe  rechazarlo sin una detenida reflexión y sin olvidar  que el apelante se está apoyando en una clara e indiscutible norma constitucional. Tampoco debe olvidar que la Constitución asume y califica la ética como uno de los valores superiores que él está obligado a  realizar para permanecer en el ámbito del Estado de Derecho y de Justicia. Además, se le impone el deber de garantizar el cumplimiento de los principios consagrados por la Constitución, entre los cuales se destaca el deber de la justicia. Sería injusto desechar el recurso sin el análisis y la reflexión requeridos, con objetividad e imparcialidad. Más aun cuando está en juego la verdad verdadera, cuya profundidad sólo puede ser alcanzada a través de la valoración ética. Debe tener presente también  que la Constitución es la norma suprema,  y que todas y cada una de sus disposiciones asumen este carácter, primerísimamente la ética que, debido a su valor, pasa a evidenciarse como super-norma del ordenamiento jurídico, pues por su naturaleza, es superior al Derecho y debe conducirlo y orientarlo.

Tratándose del Principio Ético, procede este recurso  sin excepción alguna, pues ante la Ley Moral to­dos los casos son iguales en cuanto a su naturaleza ética, porque emanan de una acto humano consciente y libre, por lo que no pueden interferir asuntos de cuantía, ni limitaciones o pretextos de cualquier otra índole. Lo mismo cabe decir respecto a la apelación contra sentencias interlocutorias, casos en los cuales procede el Recurso por causa moral aunque no se haya producido gravamen jurídicamente irreparable.

No opera la condición de la admisibilidad del Recurso, pues la Moral no acepta restricciones. Tampoco,  aplicar aquello de que no se puede apelar si se ha concedido todo lo pedido, pues lo jurídico, concedido o no, no debe interferir con el reclamo de la Ley Moral. El Tribunal de alzada se limita a establecer si la sentencia fue viciada por la violación del Principio Ético y a devolver el Expediente al Tribunal de Primera Instancia para que se dicte nueva sentencia, acatando, esta vez, el Principio Ètico.

Los señores abogados podrían aprovechar esta posibilidad procesal, servida en bandeja de  oro para cuando en un caso determinado, hayan agotado todos los recursos procesales jurídicos. El recurso procesal moral constituye una esperanza, que corta de raíz algo llamado resignación, tan triste y lamentable para quien resulte vencido definitivamente en el proceso.

Desechar el recurso de apelación moral y sus efectos plausibles constituye un desperdicio. Un desperdicio supremo.

Pero, a todas éstas, ¿qué es el Principio Ético?
Nos referiremos a este Principio en próxima entrega.

RECUERDOS ACERCA DE “LA MAZORCA DE LUZ”, CUADERNO DE DERECHO PARA LOS INDÍGENAS DE VENEZUELA Juan José Bocaranda E


RECUERDOS ACERCA DE “LA MAZORCA DE LUZ”, CUADERNO DE DERECHO PARA LOS INDÍGENAS DE VENEZUELA

Juan José Bocaranda E


“UNA GUÍA PARA DECIR A LOS CRIOLLOS, SIN MIEDO...”
Trabajaba en la Fundación La Salle cuando me aboqué a elaborar un Cuaderno destinado a despertar en los indígenas de las diferentes etnias de Venezuela, el conocimiento del Derecho y de las leyes fundamentales: "La Mazorca de Luz". Enfoqué como punto de partida didáctico elementos culturales indígenas. Cuentos, leyendas, mitos, poemas. Salió a la luz en 1985, con motivo de la realización del Primer Congreso Piaroa, que concentró a numerosas comunidades de esta etnia.
El Cuaderno -al que siguieron otros, con la misma finalidad, aunque no fueron publicados-, fue editado por la Fundación La Salle de Ciencias Naturales y el Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho.
Los prologuistas (Hermano Ginés y Monseñor Enzo Cecarelli), destacaron: "Cuadernos como éste tienen como fin subsanar la injusticia representada por la desinformación legal de los aborígenes venezolanos y su consecuente pasividad frente a los atropellos a los que se ven sometidos...".
El trabajo se desarrolla en un lenguaje sencillo y, conforme a mi intuición, lo más cercano posible a la idiosincrasia indígena. Y lo logré si nos atenemos a los comentarios de los propios indígenas cuando decían "Bocaranda sí nos entiende". Los capítulos se intitulan así: Desde los pequeños caños; La reina de las abejas, La mazorca de luz y La maldición de Káputa. Con subtítulos como: La flecha que punza el aire; El origen del trueno, de la yuca y de los ríos; El mundo amargo; La falca inmóvil; El cuento de Cononatu; La inmensa alegría del corazón que corre; Tarén contra muchos males, etc.
El maestro indígena warao Librado Moraleda (q.e.p.d.) me escribió una carta donde decía: "el Manual me ha servido muchísimo para conocer nuestros derechos como ciudadanos venezolanos. Me ha servido de guía para decir a los criollos, sin miedo: ustedes están pisoteando nuestros derechos... La forma de escribir este Manual está bien, está claro y sencillo y fácil de entenderlo".
La elaboración del Cuaderno me ocasionó una reprimenda. Un eminente antropólogo ya fallecido, profesor universitario, de orientación marxista, fue el autor de la regañina porque, según él, estaba "contribuyendo a incrementar la farsa de las creencias religiosas en los indígenas, citando, además, el nombre de sus dioses". Es algo gracioso porque el nombre de la quinta de este señor, ubicada en Caracas, donde estuve en una ocasión, es Quetzalcoatl, uno de los dioses de la cultura mesoamericana.
Un año después de la publicación del Cuaderno, me visitó el Padre Antonio Peña, salesiano, abogado, quien me informó que el Cuaderno había sido traducido a varias lenguas indígenas, entre ellas el sinuaki, de los Guahibo. Me entregó un ejemplar de esta traducción, y agregó que los indígenas defendían sus derechos ante las tropelías de las autoridades, enfatizando "Así dice Bocaranda". Y con satisfacción lo dije. Porque se trata de los auténticos dueños del territorio venezolano, que les fue arrebatado con engaños, violencia y sangre.

 “AYÁAA CAÑOGRUYA”
Estuve en  Caño Grulla en 1985,  para entregar a los hermanos Piaroa el Cuaderno de Derecho “La Mazorca de Luz”. En Puerto Ayacucho me alojé en la casa de los padres salesianos, con quienes me había relacionado a raíz de la introducción de un Recurso de Amparo a favor de los indígenas (1983).
Llegué a Puerto Samariapo. Todo desierto. Después de largas horas, cerca de las tres de la tarde por fin apareció una pequeña canoa, en la que terminé viajando y de la que era dueño un señor colombiano, Tomás Gudiño. Él la tenía por vivienda, junto con su mujer piaroa y el niño de ambos, de dos meses de edad.
Nos cayó la noche. Pernoctamos en la casa de Pablo Rivera, también colombiano, ubicada a orillas del Orinoco.
En la oscuridad, solo puedo conocer la voz de Pablo hasta que al día siguiente el sol me lo alumbre humilde, franco y amable.
El tiempo estuvo amenazando toda la noche, con enormes fogonazos que nos tasajearon el sueño en aquel tablado, tendido sobre trocos enormes.
Pablo Rivera extiende frente al caney el cuero de una tragavenados que un vecino mató hace varias noches, cuando trató de sorprenderlo mientras buscaba agua a la orilla del río. Me lo ofrece en venta. Rechazo amablemente la oferta.
Pablo es muy, pero muy pobre. Solo le acompañan una mujer piaroa, una sartén, una olla, dos platos, dos vasos de aluminio, todos abollados, algunos cubiertos, y una mesa ennegrecida por el moho. Sobre las tablas carcomidas rebotan las goteras de la mañana lluviosa, mientras desayunamos con pescado que ha llevado Tomás.
Nos despedimos con sensible tristeza. Ya en la canoa, la mujer de Tomás señala con el dedo el horizonte detrás de ella y me dice en castellano casi ininteligible, "ayáaa, Cañogruya", mientras sostiene sobre las piernas al niño recién nacido, silencioso como la brisa del río, y cuyo llanto no llegué a conocer.
A tantos años de distancia, vuelvo la mirada hacia atrás y veo con sentimiento, dos parejas humildes, un niño criado a la intemperie, en una desvencijada canoa, la mansa resignación de Pablo Rivera y de su callada mujer y el alma generosa de Tomás Gudiño, a quienes hubiese querido servir como un hermano. Sentí la urgencia interior de ayudarlos económicamente, pero no me alcanzaba. Lamentablemente, la sola fraternidad y la sola buena voluntad no rinden.

EN LA CHURUATA DE LA COMUNIDAD PIAROA

Tratamos de llegar al pequeño desembarcadero de Caño Grulla. Pero lo había destruido  una inundación.

Nos movemos en la canoa entre grandes árboles hundidos en profundas aguas negras donde la pértiga no alcanza.

Cuando finalmente hallamos dónde desembarcar pregunto  por Mario, joven dirigente indígena, a quien ya conocía desde Caracas. Habla el castellano fluidamente, además de su lengua nativa. Me presenta al jefe de la comunidad. Dicen que la mitad de la población es católica; la otra mitad protestante. Las religiones, en vez de unir, dividen...

Me conducen a la gran churuata. Las deliberaciones han comenzado. Pasado mañana, viernes, entregaré ”La Mazorca de Luz” a todos los asistentes. Por lo pronto, se trata de almorzar. Me sirven arroz y carne de perezoso.

Averigüé dónde estaban ubicados los retretes. Pero era imposible acceder a ellos, porque cinco mujeres procedentes de Caracas por pura novelería, obstaculizaban la entrada. Habían colgado frente a la puerta los chinchorros y cocinaban acostadas, la fogata en medio. Estaban, pues, a  boca de jarro. Todo a la mano  como para empanzarse y desembarazarse sin  ir muy lejos.

Yo, en cambio, tuve que  buscar el monte. Pregunté a Mario dónde “hacerlo”, y me respondió métase por algún caminito hacia el río, pero cuidado con los caimanes. Tremendo dilema...No quería  quedar por lo menos  sin trasero en las fauces de un vulgar aligatórido...

Llega el viernes y me acerco a la gran churuata con los Cuadernos.   Un indígena copeyano toma la palabra y dice algo en piaroa. Le pregunto a Mario. El dirigente les está diciendo que el Partido Copey les elaboró el Cuaderno y que en agradecimiento deben votar por el candidato verde. Me pongo de pie, pido a Mario que les vaya traduciendo, y les digo con voz de trueno: eso es completamente falso. El Cuaderno lo escribí yo, porque me dio la gana. No pertenezco a ningún partido.
El público abuchea al farsante y lo expulsa de  la churuata.

Misión cumplida. Pero al parecer sólo podré regresar el lunes. Muchísimo tiempo. Más largo que mi corta paciencia. Pero, de pronto llega el Gobernador Alberto Müller Rojas.  Aprovecho el regreso de un comandante del Ejército a Puerto Ayacucho. Viajamos en una de las “rápidas”, y varias horas más tarde estoy en Puerto Ayacucho.

De cuando en cuando me dice mi esposa: dos viajes totalmente inútiles  cuando trabajabas en la Fundación: para Caño Grulla y para El Tisure, adonde Juan Félix Sánchez. A perder el  tiempo...
¿Lo perdí? Creo que no. ¿O sí?

TUS CALLOS ME DUELEN Juan José Bocaranda E



TUS CALLOS ME DUELEN
Juan José Bocaranda E

¿Puedo sentir el dolor de tus callos, si tus callos son tus callos y míos los míos?  Los humanos hemos estado tan sumergidos en nuestros propios asuntos, que tenemos la impresión de que en el mundo sólo existimos nosotros  y nuestra propia circunstancia. Se trata de una grave falta de consciencia, tanto peor cuanto nos resulta imposible ignorar que también a las demás personas ocupan sus propios asuntos en circunstancias también propias.
Si tener problemas y circunstancias es algo común a todos los seres humanos, se trata de un hecho universal. Y si esto es así, necesariamente estamos unidos, aunque no tengamos consciencia de ello o ni siquiera lo admitamos. Nos vincula  una condición, una propiedad especial: el ser humanos.
Por esto, cuando vivimos en Caracas y nos enteramos de que en San Cristóbal o en Bolívar ha muerto un niño consumido por la mengua como un tallo calcinado por el sol; o un anciano fallece hundiéndose en el remedo del estómago las uñas de la desesperación debido al hambre o a falta  médica; o un joven se extingue en un charco de sangre en un callejón cualquiera de Maracay o Cumaná, sentimos el dolor ajeno como si fuese nuestro.  Y lo sentimos por los niños que huyen de Siria y mueren en el mar. Y por quienes perecen en una inundación o en una avalancha de los Andes. Y cuando tú padeces del dolor de los callos, asumo el dolor de tus callos y también a mí me duelen. ¿Por qué? Porque somos humanos.
Ese lazo, esa red infinita e invisible, espiritual, nos conjuga y nos hace uno. En medio de todo esto resulta contradictorio  que nos separe la Religión, palabra que etimológicamente significa “estar religado a Dios”. Y si una persona se siente religada a Dios, ¿por qué se “desliga” de las demás  personas, cuando en el fondo se trata del mismo Dios? El Dios de todas las Religiones, si buscan el bien y rechazan el mal, es el mismo, aunque se le dé diferentes denominaciones según la religión, la región o la cultura.
Así, pues, nos signa y determina el acento de un denominador común, que es la dignidad humana, causa y razón de ser de la solidaridad.
En adelante, cuando vayas a calzarte para ir a la calle, acuérdate de  sentir a través de tus callos los callos de los demás. Pero, comienza por sentir el dolor de los callos de tu mujer. Porque ella, por el solo hecho de serlo, merece tu amor y comprensión.  Más aun porque la mujer es la flor más hermosa de todo lo creado, por lo que hasta por sus callos le debes consideración y sentimiento, pues se los ha formado sirviéndote a  ti y a los hijos. Mírale las manos:  son tus callos...

EL CONTENIDO DE LA JUSTICIA EN EL ENFOQUE IUSÉTICO Juan José Bocaranda E.



EL CONTENIDO DE LA JUSTICIA EN EL ENFOQUE IUSÉTICO
Juan José Bocaranda E.

Según Hans Kelsen,  no puede determinarse el contenido de la justicia porque ésta “varía al infinito”. Pero, esta afirmación deja  de lado la existencia de los valores constantes que subyacen en el alma de los humanos como parámetros implícitos y  olvida que todo lo que se enfrente a ellos no constituye sino desviaciones de la línea natural. De una línea moral que se acentúa y exige a medida que se produce la evolución de la consciencia, desde el borde de lo irracional hasta un mayor grado de racionalidad. Consciencia que existe, como dice Gustavo Radbruch, sea que la concibamos como de orden divino, o como propio de la naturaleza o como producto de la razón.

Es esta evolución ascendente lo que ha ocurrido con los derechos humanos, en cuya clasificación se incluyen  las llamadas “generaciones”. Es decir, los diferentes grupos de derechos surgidos a medida que las sociedades han tomado consciencia del deber ser en relación con determinados valores.
Hoy se habla de por lo menos cuatro generaciones de derechos, que van desde los derechos civiles y políticos, hasta los derechos informáticos, pasando por los económicos, sociales y culturales y los de justicia, paz y solidaridad.
Se trata del reconocimiento de una escala axiológica constituida por los valores libertad, igualdad y solidaridad, a lo que se suma el derecho a la información, hoy un derecho básico, indispensable.

No cabría asegurar cuál será el número total de las generaciones de los derechos humanos, pues ello equivaldría a poner límites y dudas respecto a la capacidad de toma de consciencia de la humanidad.  Ya se encargará de impulsar la escala,  el acoso de las necesidades  que el hombre va percibiendo en orden a su perfección, que está muy lejos todavía, además de los altibajos y caídas que la conciencia humana padece conforme a las circunstancias.

Debe quedar claro el hecho de que no hay conquista posible de los derechos, sin consciencia, sin esfuerzo. Lo que el jurista alemán von Jhering llama “lucha por el Derecho”, pues éste no llega solo: hay que conquistarlo, como pueden atestiguarlo, por ejemplo,  los trabajadores, que hoy no contarían con una Ley de Trabajo si no hubiesen tenido decisión y arrojo.

Hallada  la esencia de los derechos humanos,  la humanidad  ha dado, por fin,  con un asidero cierto,  unívoco,  objetivamente determinado, para el contenido de la Justicia: el  Bien,  mediante la simbiosis de la Ley Moral con el Derecho (que es lo que denominamos Iusética).
Cuando Hans Kelsen publicó  “Teoría pura del Derecho” (1934), la humanidad no había tomado consciencia de los derechos humanos, cuya proclamación por la ONU (1948) fue un “no” rotundo a la teoría juspositivista de Kelsen.
(Y pensar que esa obra de  Kelsen, sin que él hubiese  podido preverlo, serviría de apoyo a los nazis para la perpetración de sus crímenes contra la humanidad)...