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EL FANTASMA DEL GENERAL PRISDEN. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E.

 

EL FANTASMA DEL GENERAL PRISDEN. CUENTOS DE LA TROJA DOS.

Ni el brexit y ni siquiera el coronavirus lograron eclipsar entre las  tradiciones del pueblo inglés, la del fantasma del General Prisden, héroe de la guerra contra Napoleón,  quien aun dos siglos después hace de las suyas  en el castillo de Brigidinamdem.

La historia del asunto del fantasma fue esta: una noche de Navidad, cuando Narciso Prisden, muy amante de las golosinas, tenía siete años, le fue negada rotundamente una chupeta de caramelo, chocolate y leche, por órdenes de su madre Lady Hilary.

Hilary,  famosa exestrella del cine mudo, era enemiga a ultranza del dulce en horas de la noche, por “exacerbar la diabetes”, en opinión del cuerpo de hipocráticos que la orientaban y asistían, y la autoridad de los cuales ella jamás ponía en duda. El problema se tornaba mucho más grave porque las golosinas minarían los dientes del niño, que comenzaban a retoñar.

Se dice que Prisden jamás aceptó esta justificación. Antes por el contrario, estableció en él una fijación subconsciente tal,  que ya anciano y retirado del Ejército de su Majestad, murió con sumo rencor contra la madre, convencido de que, habiendo sido un niño maltratado, debía vengarse exigiendo caramelos.

Fiel a esta idea malsana, se convirtió en espanto para causar alborotos y sembrar pánico todas las noches, en los pasillos, habitaciones,  jardines y demás instalaciones del castillo, donde los empleados no tardaban en renunciar si es que no se suicidaban debido a los tormentos que les infligía el fantasma. Tormentos entre los cuales el más crispante de todos eran los gimoteos del General cuando reclamaba su chupeta en medio del arrastrar de hierros, el sacudir de puertas y ventanas, el chirriar de bisagras y el machacar de ollas, cacerolas y vajillas, entreverados por frecuentes pataletas de niveles infantiles.

Hemos de recordar que según informó la prensa, los herederos habían tenido que alquilar el castillo como hotel sin estrellas para poder cubrir los altos costos de mantenimiento, dada la antigüedad que lo arrastraba a la ruina.

Hoy el espíritu de la tradición se retroalimenta porque son dos los fantasmas que alteran la paz de la vetusta mansión. el espanto del General Prisden, quien anda con pasos marciales y cadencias y espetamientos propios de su profesión belicosa, y el de Hilary, que llora detrás del hijo implorando perdón.

Es tal el influjo de ambos personajes en la historia de Inglaterra, que su imagen se proyecta con luz propia por sobre el brexit y la pandemia,  recordando las viejas glorias que algunos pretenden regresar a la era victoriana.

 

 

 

LAS BOTAS DEL MAGISTRADO. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E

 

LAS BOTAS DEL MAGISTRADO. CUENTOS DE LA TROJA DOS.

Cosas que no podían faltar en el curriculum del Reino de Kusipilán.

En Kusipilán cada Magistrado tenía su historia oculta. Parte mínima aunque elocuente, de la historia del doctor Pepino Victrola Lisa, fue la siguiente:

Como muchos, tuvo acceso a la magistratura mediante la conjunción de varios factores: político, religioso y de amistad.

En lo político, la temprana afiliación a determinado partido. En lo religioso, la incorporación a una cofradía económicamente poderosa y políticamente influyente, y, por último, desde la Universidad, labrándose la amistad de  alumnos que se asomaban como  juristas de renombre quienes un día escribirían para él tesis y libros que, junto a lo demás, contribuirían a un ascenso meteórico en la escalera judicial.

Carlos Elorza, al que apodaban  “el Gordo”, fue compañero de Pepino en la Escuela de Derecho de  una Provincia de Kusipilán. Me refirió que, cuando ambos cursaban, veinte años atrás, el último de la carrera y  Pepino estaba por cumplir los veinticinco, le dio por emprenderla a patadas contra sus compañeros, como para estrenar unas botas que su padre le  había traído de Texas. Y no escatimaba oportunidad para darles  uso en aquella forma extravagante, ridícula y abusiva: los minutos de receso, en los pasillos, poco antes de comenzar alguna clase, o, sorpresivamente, en el estacionamiento, cuando estaban a punto de subir a sus vehículos.

Indignado, el Gordo se puso de acuerdo con las demás víctimas y fue así como una tarde despojaron a Pepino de las botas y las arrojaron en un despeñadero, de tal forma que jamás las recuperó. Mientras tanto, tuvo que regresar a casa descalzo, humillado, y contando a sus padres y hermanos hechos inverosímiles realmente falsos.

El Gordo me habló de estas cosas cuando por casualidad, en la carnicería de la que era dueño, vimos en un periódico la fotografía del Magistrado Pepino, cuando parloteaba a los periodistas contra el abuso y en defensa de los derechos humanos.

-¡Miren esto! -dijo el Gordo- que te compre quien no te conoce como yo…Ahora está dando patadas en la cumbre del poder. ¡Qué cosas! Sólo en Kusipilán.

 

IMAGINACIÓN. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E.






IMAGINACIÓN. CUENTOS DE LA TROJA DOS. 


Imagino que soy un Maestro cuya fama se ha extendido por toda la región. Sano, predico, enseño y doy buenos consejos llevando hacia Dios. También hago milagros, de los que se han beneficiado ciegos, mudos, sordos, paralíticos, leprosos y personas a las que he resucitado. Igualmente he rescatado a muchas mujeres de la que llaman “mala vida” para que se conviertan en madres responsables y consagradas al hogar.
Una mañana, cuando voy hacia el pueblo en compañía de mis discípulos, me sale al paso un hombre ciego que me dice:
-Señor, Señor. Compadécete de mí. Haz que pueda ver nuevamente. Sé que soy un pecador, pero estoy arrepentido. Dios sabe que es así. Dame la vida.
Cierta vocecilla me aconseja que no lo haga, pero lo hago: el sujeto, al que llaman Gimoteo, queda sano apenas le hago llegar el rayo de los milagros. Vuelve la cabeza a uno y otro lado. La claridad lo deslumbra. Luego estira brazos y piernas, carcajea, grita palabras que no entiendo y corre hacia el pueblo.
Nemesio, uno de mis discípulos, quien es de La Coruña, muy suelto en el hablar y más presto en el obrar, le grita: ¡Ey! ¡PardieZ!  Hijo de buda… ¿Ni siquiera das las gracias, desgraciao? Y corre hacia Gimoteo. Lo alcanza y lo  increpa. Gimoteo lo agrede, lo empuja, lo derriba y lo patea, mientras vocifera:
-¿Qué gratitud ni ocho cuartillos? Yo no doy gracias a nadie. Ya estoy sano y eso nadie me lo quita, ni Dios.
Me indigna lo que escucho. No puedo evitarlo.  En menos de lo que canta una gallina le deshago el milagro: Gimoteo vuelve a ser ciego.
Después de unos días, viene a buscarme para un segundo milagro. Pero esta vez lo mando a la miermelada.
Como noto que mis discípulos no comprenden el por qué de mi reacción al parecer muy poco edificante, les aclaro:
-Dios quiere buenos y santos, pero no bobos. Lo que no es justo, no es justo, y punto. La ingratitud es un pecado radical, porque es la mayor expresión del egoísmo y de él provienen la indignidad, la bajeza, la vileza, la perversidad, las malas intenciones, la cobardía y la traición. El alma de los ingratos es un charco de miasmas que es necesario depurar mediante lecciones drásticas que lleguen a lo profundo, como justo castigo.
Mi fama se extendió y  la gente aprendió que,  más que los hombres santos, me interesaban los hombres agradecidos y justos, porque sin  justicia y gratitud no puede haber santidad.