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AQUÌ CABE DE TODO
EL ODIO Y LA POLÌTICA
Juan Josè Bocaranda E
No es ocioso que
retomemos hoy, en las actuales circunstancias políticas de Venezuela, el valioso libro de Emilio Mira y Lòpez, “Los cuatro
gigantes del alma”, entre los que se encuentra la ira, junto con el miedo, el
amor y el deber.
Segùn el eminente
psicólogo y psiquiatra, la ira, con sus variantes “la ira bermeja, la cólera
verde y el pàlido encono”, se “estanca” en el odio, que no es sino “cólera en conserva”. La cólera “se conserva” en el sujeto
odiador, produciendo en èl un “calentamiento”, porque algo le impide
descargarse del todo contra el enemigo, y aunque aquèl afirma que “no lo puede
ver”, sin embargo, paradójicamente, lo busca para “en-frentarlo”, tenièndolo,
permanentemente, bajo la mira, o
mejor,“en el ojo” (: “enojo”). Por todo ello, el odio “es una actitud iracunda
que se encroniza, se estratifica y adquiere especiales peculiaridades,
derivadas de la insuficiente descarga de sus impulsos destructivos”.
Quiere decir,
inferimos nosotros, que si el odiador
pudiese destruir para siempre y de una vez por todas a su contrario, el odio
cesarìa por falta de objeto. Sin
embargo, cuando el objeto del odio està integrado por un número extenso e
indefinido de miembros (padres, hijos y demás parientes, consanguíneos o no) o
por toda una naciòn, el odio en su descarga no podría darse de inmediato en
forma total y definitiva, por lo que la descarga sería relativamente lenta o
tardìa, aun cuando el odiador se esforzase en hallar un “solución final” al
“problema”, procurando que el exterminio fuera profundo, de raíz, genocida,
como pretendieron los nazis. En el supuesto (imposible) de que del exterminio
de la raza judía no hubiese sobrevivido ni siquiera un elemento, hubiese cesado
el odio contra la misma, obviamente, pero ello no hubiese impedido que el
odiador hubiese puesto el “(en) ojo” sobre otro
objeto, para alimentar su impulso irracional y destructivo, abonado por aquella
ideología de muerte. Porque el odiador es un enfermo crònico.
Otro aspecto
paradòjico del odio es el que atañe al
asunto de la valoración: el odiador odia al objeto odiado porque lo considera
valioso en la misma medida en que lo considera semejante, y, por ello mismo,
contrincante, es decir, un sujeto dotado de similares cualidades que, por ello,
representa un obstáculo al avance de aquèl. Si no fuese asì, es decir, si el
odiador no otorgase importancia al
contrario, no habrìa el odio. Por esto anota el autor citado que es “ley del odio” la semejanza, mas o
menos grande, entre el odiador y el odiado, lo que hace suponer que “los
rivales son, en cierto modo, coincidentes, no sòlo en sus intenciones sino en
sus posibilidades”. Por ello agrega que “el odio hacia un semejante aumenta a
medida en que èste es màs semejante a nosotros, o sea, màs equipolente o
equivalente en sus actos a los nuestros”.
Un tercer aspecto
paradójico del odio radica, según Mira y Lòpez,
en el hecho de que no obstante ser la política, por definición, “modelo
de tacto, de generosa comprensión y de respeto al ser humano”, sin embargo se
convierte en algo devastador “porque puede invocar para satisfacerse, a cada
momento, el “sagrado prestigio de la Patria”, por lo que “basta acusar al
vecino de ser “traidor al país” para que sobre èl caigan “los anatemas de
quienes son incapaces de dar a esa palabra una función variable, en función del
marco conceptual en que es empleada”.
Paradoja que el autor explica diciendo que la misma “radica en la violencia de
la tendencia iracunda que se alberga en el hombre, desde su màs remota
ancestridad y que le lleva a desear el poder, no para servir, sino para
servirse.
Sin embargo, el ser
humano no es sòlo animalidad: es también razón y, por ello mismo, moralidad.
Por consiguiente, debe tomar consciencia de que existe una realidad ìnsita,
universalmente, en la esencia del hombre, y es el valor de la dignidad humana,
raíz y razón de ser de los Derechos Humanos, cuya racionalidad y sentido moral
deben prevalecer sobre las tendencias instintivas a la prepotencia, al
predominio, al abuso, al cinismo, a la hipocresía, a la arbitrariedad y a la
violencia.
La persistencia de
los odios políticos indica que los derechos humanos no han calado en el corazón
y que èstos son sòlo un recurso para la politiquerìa, pues irrespeta
la dignidad humana.