El Estado no debe ser objeto de una visión
exclusivamente jurídica. El Derecho está agotando sus fuerzas y requiere de una
revitalización que sólo la Moral
puede brindarle. Antes que "puro Derecho", la humanidad necesita un
"Derecho Puro".
Las teorizaciones jurídicas suelen caer en lo
repetitivo. Giran en el mismo plano de la autosuficiencia del Derecho,
recreando los conceptos sin proponer un cambio radical y profundo en la idea
del Estado y del Derecho, cuya crisis no podrá solventarse mientras no se apele
a una fuerza superior a ambos.
¿En qué
sentido lo decimos?
Permítasenos
explicarnos a través de dos ejemplos: según el profesor de Derecho de la Universidad de
Cornell, Robert S. Summers, una de las condiciones para que exista el Estado de
Derecho consiste en que "todas las formas de Derecho" sean
"apropiadamente claras" y que estén "determinadas en su
sentido".
Pues bien.
La Ius-ética ,
lejos de negar la realidad evidente de este principio o de poner en duda su
validez y sus alcances, propone que la Ética tome parte activa en el proceso de
establecimiento y expresión de las formas del Derecho, y que la interpretación
de las normas se realice con apoyo en los valores éticos y en los principios
morales, con dirección al bien y a la dignidad humana.
Otro de
los principios del Estado de Derecho que señala Summers, expresa que "los
cambios en el Derecho deben llevarse a cabo mediante procedimientos apropiados,
por instituciones, autoridades o personas debidamente autorizadas para
ello".25
Lo que
agregaría la Ius-ética
al respecto sería: a) que los procedimientos no colidan con el Principio Ético;
y, b) que los funcionarios encargados de efectuar los cambios lo hagan en
función de ese Principio.
Lo que
interesa, pues, a la
Ius-ética es que el Derecho apoye las formas en la instancia
superior de los valores éticos y de los principios morales como razón de
seguridad o garantía.
En este
mismo sentido cabe la idea de relegitimación del Estado, que suele referirse al
grado de aceptación del mismo por el pueblo, lo cual constituye un criterio
inseguro, a menos que la aceptación se califique éticamente pues, de lo
contrario, la relegitimación se fundaría sobre opiniones vagas e intereses no
siempre plausibles.
Juan Josè Bocaranda E