GARRAPATOSIS CRÒNICA. Juan Josè Bocaranda E





PRENSA
AQUÌ  CABE DE TODO

GARRAPATOSIS CRÓNICA
Juan José Bocaranda E

En entrega anterior nos referimos al Premio Nobel de Medicina (1931) Otto Warburg, quien descubrió que la causa primaria del cáncer es la acidez, porque desaloja el oxígeno de los tejidos,  como consecuencia de  una alimentación acidificante y de un estilo de vida sedentaria.

Así, pues, es asunto  de lógica:  no se precisa ser profesional de la medicina para pensar un poco e inferir que para prevenir y reducir el cáncer y “cualquier otra enfermedad” –como anotan los científicos Crile, Mencken y Yung-  se debe  tomar en consideración el problema de la acidez corporal. No para erradicarla, sino para proporcionarla a la alcalinidad, pues en todo caso también aquélla se requiere  para la salud.

No obstante, no es frecuente –así nos lo dice la experiencia propia-- que los médicos otorguen importancia a ese factor. En las decenas de veces que acudimos a un  consultorio,  ¿cuál médico, de cuál especialidad,  en qué momento, ha prestado atención a nuestro PH? ¿Quiénes han vinculado el mantenimiento de nuestra vida  con el equilibrio entre la alcalinidad y la acidez de nuestro organismo, sabiendo –como sin duda lo saben- que la acidez es la causa de todas las enfermedades? Ordenan que nos realicemos un “perfil 20” y nos hablan de los triglicéridos, del colesterol, de la hipertensión, de la glicemia, del antígeno prostático. Pero  ni mencionan lo relativo al pH, a pesar de que, conforme a la premisa establecida por el Dr Warburg, es por el allí, por la raíz, no por las ramas,  por donde debería comenzar la consulta. ¡Y pensar que la medición del pH  es mucho más fácil y económica que cualquiera otra, pues se realiza a través de cintas reactivas que hasta se pueden fabricar en casa!. La única vez que, en nuestros muy largos años, escuchamos la palabra pH fuera de las aulas de Bachillerato, fue en un consultorio de odontología, y eso por táctica psicológica, para entreteneros cuando estaba a punto de arremeter contra  una muela.

Si el valor pH indica que existe el mismo nivel de acidez que de alcalinidad, sólo está presente un elemento químicamente neutro de valor pH 7. Por consiguiente, para que haya salud, se requiere que la acidez esté ligeramente por debajo de la alcalinidad. El  ácido tiene un valor comprendido entre 0 y 6.9, y una base (alcalinidad) entre 7 y 14. Lo ideal para la salud está en que el valor pH de la acidez sea de 6.9 máximo. La digestión de las proteínas produce ácidos, cuyo exceso elimina el organismo a través de los riñones y de la espiración del dióxido de carbono. El desequilibrio entre los ácidos  y las bases, debido a una alimentación predominantemente ácida y al sedentarismo, perjudica la salud, pues la acidosis se deposita en el tejido conjuntivo, con manifestaciones de falta de energía crónica y –como leemos en Inteernet- “agotamiento al menor esfuerzo,  tendencia a sentir frío, escasa capacidad de recuperación, dificultades para concentrarse, irritabilidad, uñas blandas, quebradizas, hendidas, estriadas o con manchas, molestias articulares, excesiva sensibilidad al dolor, propensión a las infecciones  y  a las alergias”.

La indolencia, la inhumanidad, la falta de compasión, no están tipificadas como delito en los Código Penales. Pero sí  recaen como delitos morales sobre la conciencia de quienes por razón de su profesión, están obligados a velar por la salud de las personas, previniendo las enfermedades,  brindando la orientación necesaria para esos fines y absteniéndose de recetar auténticos “placebos”, de  precios intergalácticos.

 A ciertos médicos les resulta más conveniente entretener al paciente con la prescripción de medicamentos de efectos transitorios, para que retorne cada quince días o mes tras mes, a pagarle cuantiosos honorarios a cambio de la repetición o del aumento de las dosis o para que le cambie la  medicina por otra equivalente y mucho más costosa.

Es “la garrapata en el oído” que el viejo médico supo explotar durante largos años –hasta graduar al hijo como cirujano- convenciendo al eterno paciente  de que se trataba de una “enfermedad incurable”, pero que no era sino la presencia inveterada de una  simple garrapata..
Los médicos que actúan de esta manera, en contra de la deontología, padecen de esta enfermedad, que taladra hasta el alma: la garrapatosis crónica.