LAS PARADOJAS DEL ODIO POLÌTICO. Juan Josè Bocaranda E








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Aquì cabe de todo
LAS PARADOJAS DEL ODIO POLÌTICO
Juan Josè Bocaranda E

Es obvio que los protagonistas de los odios polìticos quedan muy mal parados, mìrese el asunto por donde se le mire. Para comenzar, el odio, lo mismo  que la envidia, es saturado de irracionalidad. De manera que quien odia està, paradójicamente, si no màs cerca de la animalidad, sì muy lejos de un uso correcto de la razón.

Pero, aparte de todo esto, hay que mirar el problema del odio desde el punto de vista psicológico, y para ello nada mejor que recurrir al eminente psicólogo y psiquiatra Emilio Mira y Lòpez.

Para Mira y Lòpez el odio no es sino  “cólera en conserva”, pues la cólera se estanca en el sujeto odiador, produciendo en èl un “calentamiento”, porque algo le impide descargarse del todo contra el enemigo: “es una actitud iracunda que se encroniza, se estratifica y adquiere especiales peculiaridades, derivadas de la insuficiente descarga de sus impulsos destructivos”.
Quiere decir que si el odiador pudiese destruir para siempre y de una vez por todas a su contrario, el odio cesarìa  por falta de objeto. Sin embargo, cuando el objeto del odio està integrado por un número extenso e indefinido de miembros (padres, hijos y demás parientes, consanguíneos o no) o por toda una naciòn, el odio en su descarga no podría darse de inmediato en forma total y definitiva, por lo que la descarga sería relativamente lenta o tardìa, aun cuando el odiador se esforzase en hallar un “solución final” al “problema”, procurando que el exterminio fuera profundo, de raíz, genocida, como pretendieron los nazis.

Si el exterminio de la raza judía hubiese tenido resultados absolutos y no hubiese sobrevivido ni siquiera un elemento, esto no hubiese impedido que el odiador hubiese puesto el “(en) ojo” sobre otro  objeto, para alimentar su impulso irracional y destructivo.  Porque el odiador es un enfermo crònico.

Otro aspecto paradòjico del odio radica en que el odiador odia al objeto odiado porque lo considera valioso en la misma medida en que lo considera semejante, y, por ello mismo, contrincante, es decir, un sujeto dotado de similares cualidades que, por ello, representa un obstáculo al avance de aquèl. Si no fuese asì, es decir, si el odiador no  otorgase importancia al contrario, no habrìa el odio. Por esto anota el autor citado  que es “ley del odio” la semejanza, mas o menos grande, entre el odiador y el odiado, lo que hace suponer que “los rivales son, en cierto modo, coincidentes, no sòlo en sus intenciones sino en sus posibilidades”. Por ello agrega que “el odio hacia un semejante aumenta a medida en que èste es màs semejante a nosotros, o sea, màs equipolente o equivalente en sus actos a los nuestros”.


Un tercer aspecto paradójico del odio radica, según Mira y Lòpez,  en el hecho de que no obstante ser la política, por definición, “modelo de tacto, de generosa comprensión y de respeto al ser humano”, sin embargo se convierte en algo devastador “porque puede invocar para satisfacerse, a cada momento, el “sagrado prestigio de la Patria”, por lo que “basta acusar al vecino de ser “traidor al país” para que sobre èl caigan “los anatemas de quienes son incapaces de dar a esa palabra una función variable, en función del  marco conceptual en que es empleada”. Paradoja que el autor explica diciendo que la misma “radica en la violencia de la tendencia iracunda que se alberga en el hombre, desde su màs remota ancestridad y que le lleva a desear el poder, no para servir, sino para servirse.