EL ESTADO DE CARNE Y HUESO. VISIÓN IUSÉTICA Juan Josè Bocaranda E






EL ESTADO DE CARNE Y HUESO.
VISIÓN IUSÉTICA
Juan Josè Bocaranda E

El Estado real no es el que nos pintan los teóricos del Derecho sino el que viven y vivencian los funcionarios a cada instante, es decir,  el ESTADO DE CARNE Y HUESO.

La presencia de los funcionarios en el Estado es de carácter tan indispensable, que sin ellos no puede existir el Estado, porque la voluntad de éste tiene que manifestarse necesaria, indispensablemente,  a través de sus “servidores”.
Olvidar esta realidad arrastra a un idealismo absurdo, pues lleva a suponer que el Estado es un ente substante,  capaz de dirigirse a sí mismo como si se tratase de un ser humano real.
Cuando se deja de lado esta visión errónea y fantasmal, se desemboca en “la realidad de lo humano en el Estado”, en la presencia necesaria del hombre como expresión evidente del Estado y en el hecho de que el Estado vive, día y noche, “condicionado por lo humano”. Porque lo representa un ser imbuido de pasiones e intereses, susceptible de realizar buenas o malas acciones, dotado como está, de consciencia y voluntad.
Si se olvida esta realidad y la atención se centra, en forma predominante, en la presencia abstracta del Estado, el  funcionario como sujeto  del deber moral  queda en la sombra, o por lo menos en la medianía, y esto trae como consecuencia que la responsabilidad moral se reduce al mínimo,  causa fundamental de la ineficiencia y del fracaso del Estado.
Así, pues, ha de admitirse que el funcionario es factor clave para la realización del Estado.

El gravísimo problema de la ineficiencia del Estado se origina en la concepción misma del ESTADO DE DERECHO.
En el Estado de Derecho, el DERECHO se asume en forma exclusiva, mientras que se mantiene a raya la Moral. Allí sólo el Derecho empuña el mando y traza el camino. Al erigirse el Principio Jurídico en  premisa exclusiva del Estado, la responsabilidad del funcionario  queda reducida a un asunto de  responsabilidad civil, penal, administrativa y disciplinaria; y cuando la responsabilidad jurídica prescinde de la responsabilidad moral, queda debilitada y cae en la frustración, pues el Derecho, por sí solo, carece de la fuerza superior necesaria para impulsar al funcionario hacia la realización del bien. Porque el Derecho, a diferencia de la Moral, es manipulable. El funcionario manipula al Derecho, justamente, porque no se lo impide la Moral, y la Moral no se lo impide porque el Estado de Derecho la mantiene alejada de su ser y de su actuar. De esta manera, el Estado de Derecho labra su propia inefectividad y genera su propio  fracaso,
No hay que olvidar esta correlación: la ley es al funcionario como el funcionario es al Derecho, como el Derecho es a la Moral, como todo ello es al Estado.
El ser y la vida del Estado dependen de una concatenación de elementos, factores y condiciones, una de las cuales, fundamental, es la conducta del funcionario como sujeto de responsabilidad moral.

Quienes defienden al ESTADO DE DERECHO como el non plus ultra de los Estados, deben tener muy presente que UN ESTADO QUE DESTIERRA LA MORAL, ES UN ESTADO INMORAL. NI SIQUIERA AMORAL, SINO INMORAL. “INMORAL EN VIVO Y DIRECTO”...