El Derecho presume estar
imbuido de racionalidad a prueba de todo. Se parte de la idea de que las
instituciones jurídicas y las leyes son
conducidas por personas conscientes, honestas, inteligentes y preparadas que
garantizan tanto su adecuación a las exigencias de la realidad como la forma
correcta de su ejecución. Sin embargo,
no siempre es asì. En ocasiones el
Derecho es asaltado por la estupidez, cuando no por el ridículo.
Paul Tabori, en su libro “La
Historia de la estupidez humana”, nos trae algunos ejemplos de la inficiòn del
Derecho por esa enfermedad de la torpeza, y, asì, nos refiere, por
ejemplo, còmo en la Edad Media se abrìa
juicio contra los animales. Si se trataba de plagas, eran competentes los
tribunales eclesìasticos. Si se trataba de ataques “individuales”, eran
competentes los tribunales civiles.
Cuenta que en la comuna de
Glurns, Suiza, el dìa de Santa Ùrsula, de 1519, Simon Fliss compareció ante el juez y alcalde Wilmelm von
Hasslinngen, para entablar proceso contra los ratones de campo, y con base en
la ley pidió que les nombraran defensor “para que los ratones no tuvieran
motivos de queja”.
Al efecto, fue nombrado
defensor de los ratones el residente Hans Grienebner. El testigo Minig Waltsch
dijo que durante los últimos 18 años había cruzado los campos de Stilfs y había
visto los daños causados por los ratones y que èstos apenas habían dejado un
poco de heno para los campesinos. Otro testigo dijo que esos animales causaban
grandes daños a los agricultores y que esto era especialmente visible en otoño,
época de la segunda siega. El acusador expuso que acusaba a los ratones por el
daño causado y afirmò que si ello continuaba y no se los eliminaba, sus
clientes no podrían pagar los impuestos y tendrían que irse a otro sitio. El
defensor dice que comprende la situación, pero que sus clientes, los ratones,
también son ùtiles porque destruyen las larvas de algunos insectos, y pide al
tribunal la protección de los mismos, rogando que comprometa a los demandantes
a suministrar a los acusados, los ratones, alguna residencia donde puedan vivir
en paz, y que si alguna ratoncita estuviera embarazada, se le concediera plazo
suficiente para dar a luz y poder llevarse su crìa. El tribunal fijò a los
ratones un plazo de 14 dìas para abandonar la comarca, y otorgò otros l4 como
pròrroga a favor de las parturientas y para quienes no estuvieran en
condiciones de viajar.
Otros ejemplos: En la Edad
Media se condenò la capana del Monasterio de San Marcos, que llamò a la
rebelión de Savonarola, a ser retirada de la torre, arrastrada por asnos y
paseada por la ciudad, mientras un verdugo la azotaba. En la Francia de 1725,
el cadáver del suicida Charles Hayon fue condenado a permanecer boca abajo y
arrastrado por las calles de la comuna de Chausee. En 1749, en la región de
Baviera, fue llevada al patíbulo una niña de ochos años, por haber sido vìctima
de “las pràcticas malignas de una bruja”. En 1861, en la ciudad de Budapest,
fue condenada a muerte, decapitada y quemada públicamente, una niña de catorce
años de edad, porque había sido sorprendida cuando prendìa fuego a una casa.
Ahora bien. Aunque en otros
niveles y en otros sentidos y no obstante las pretensiones científicas de los
juristas, la estupidez en el Derecho no cesa. Así lo demuestra la ingenuidad de
quienes hablan de la necesidad de que “el Estado se moralice”, como si éste fuese un ente substante, un ser que existe por sí solo, como si se tratase de
un individuo y no de una abstracción, cuando en realidad quienes deben “moralizarse” son los funcionarios, sujetos de
responsabilidad moral. Y, ¿no es
manifestación de estupidez, también,
atribuir efectos mágicos a las leyes, como si la sola presencia de éstas
pudiese resultar efectiva, sin la participación clara, consciente, decidida,
responsable, de los funcionarios? ¿Y no lo es suponer que todos los
funcionarios son honestos y que actúan de buena fe, sin desviar los fines de
las leyes hacia sus propios intereses, cuando precisamente sucede lo contrario,
como causa fundamental de la ineficacia de las leyes?
La estupidez abunda en el Derecho mucho más de lo que parece…La ingenuidad, la excesiva credulidad y el fanatismo, abonan su presencia.
Juan Josè Bocaranda E
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