LA EVALUACIÒN MORAL DEL PODER. Juan Josè Bocaranda E

Juan Josè Bocaranda E.

El jurista y político Maurice Duverger, fundador de una de las primeras facultades para la ciencia política en Francia, escribe que "cada sociedad se forma ideas particulares sobre la naturaleza y las modalidades del poder y de la obediencia". Y define la legi­timidad del poder como "la cualidad que presenta un poder de ser conforme a la imagen del poder que se considera válida en la sociedad".

Ahora bien, observamos nosotros, a medida que aumenta el sentido crítico de la Humanidad, aumenta también la valoración moral de las instituciones, más allá del Dere­cho. Lo que nos lleva a afirmar que la crìtica, asì como “hace al hombre” (R.C. Kwant), hace también a las sociedades conforme al momento que les corresponde vivir. Por ello, presente la Moral en el Derecho a través de los Derechos Humanos, hoy, cuando el pueblo valora a un Gobierno, lo hace conforme a la Moral Pública, y es en ese sentido fundamental como lo aprueba o lo descalifica. Por consiguiente, el consentimiento de los gobernados es fundamental en la idea de legitimidad del Poder Público, y se refiere, especialmente, a la medida en que el mismo acate los valores éticos.

Cabe afirmar, entonces, que la única "imagen del poder" que la sociedad considera válida hoy, es la de un Estado regido por la Ley Moral en atención al valor de los Derechos Humanos. Lo que quiere decir que para que exista la legitimidad del poder no son suficientes el aporte del Derecho, ni la organización que éste realice aun con "criterios de justicia", pues esto sería una concepción formal y estática. Se requiere una legitimidad substancial, en desarrollo cotidiano y, en este sentido, se precisa una idea de justicia permanente, que no puede tener lugar sin el aporte y orientación del Principio Ético y si los funcionarios no la encauzan por la senda del bien, acatando la Ley Moral. Porque la justicia no es simple­mente "idea", sino también y sobre todo, valor, voluntad, sentimiento.

Sin un real sentimiento de lo justo, resulta fácil que la "idea" de justicia se desvíe al influjo de malabarismos intelectuales y formales, que redunden en la violación de los Derechos Humanos o en la negación específica de los valores y de los principios democráticos.

El poder así evaluado, no puede realizarse sino en el Estado Ético de Derecho, que, consciente de sì mismo, somete su propio concepto y desarrollo, y el concepto y desarrollo del Derecho, al dictamen de un orden superior, emanado de la Ley Moral, que penetra en el sistema jurídico a través del Principio Ético: se trata del  Principio Superior de Perfección del orden moral, que le ordena practicar el bien y evitar el mal.
    
Esta nueva visión recurre a una fuerza superior que asegura el camino que el Estado, el Poder y el Derecho deben transitar. El bien que indica el Principio Ético y exige el Principio Superior de Perfección, tiene como objetivo la dignidad humana, cuyo concepto es el mismo en todos los rincones de la Tierra, por lo que constituye un criterio objetivo, universal y constante.

Establecido así, en forma indubitable, el objeto del "bien", la entidad de éste consiste en que toda actuación del Estado debe contribuir al mayor progreso y enriquecimiento de la dignidad humana, y éstos son parámetros dentro de los cuales gira la legitimidad del poder. Por consiguiente, todo Estado Ético de Derecho marcha sobre seguro cuando, asumiendo la dignidad humana como centro, admite que su esencia y su quehacer deben regirse por aquel Principio Superior, exigiendo que sus funcionarios se conduzcan por la idea del bien, y que todo el sistema jurídico exista y funcione en atención a ese valor.

Si el Estado es "Ético", también sobre sus elementos, interrelacionados y dinamizados, debe incidir ese carácter, y por esta razón hoy debe hablarse, no del "Poder en el Estado de Derecho", sino del "Poder Moral del Estado Ético de Derecho". De esta manera, cuando el Principio Ético es asumido por la realidad del Estado, el Poder se transforma en "soberanía bien entendida", y comienza a concebirse como sano Poder en el orden interno y como igualdad solidaria y pacífica en el orden internacional.







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