TU VERDADERO VALER Juan Josè Bocaranda E



Prensa
 


 Aquì cabe de todo
TU VERDADERO VALER
Juan Josè Bocaranda E

Las personas  suelen identificarse con sus circunstancias, con lo transitorio. El mèdico se identifica a sì mismo como mèdico. El abogado, como abogado. El comerciante, como comerciante. Cuando en realidad todo ello es cambiante, pasajero, prestado y hasta accidental. Porque aquèl es mèdico, pero pudo no haberlo sido por una u otra causa o motivo. El segundo es abogado. Pero pudo haber sido panadero o talabartero, y no abogado. Y el comerciante es comerciante. Pero pudo haber sido sacerdote o profesor. En fin, muy pocos seres humanos se identifican con su propio ser, con su ser interno, con su realidad interna. Por eso, al abogado que se aferra a su título, al mèdico que se aferra al suyo,  al comerciante que se aferra a sus bienes, a su tienda, a su almacenes, es preciso recordarles: todo es transitorio, todo pasa, todo fenece. Viene un tsunami, y todo lo barre. Y si te salvas porque corres a tiempo, después veràs còmo todo ha desaparecido, tu casa, tus almacenes, tus mercancías, tu caja registradora, tus documentos y hasta el banco donde conservabas tu dinero, tus joyas y tus títulos de propiedad. Si eres ingeniero y no puedes ejercer la profesión por alguna causa, ¿dejas por ello de ser hombre? ¿Dejas de tener alma y espíritu?.

Cuando alguien ha quedado sin empleo,  o ha tenido que cerrar el establecimiento comercial por falta de ingresos, por no poder pagar tan altos alquileres, o cuando ha tenido que retirar del colegio a los hijos,  en fin, cuando las circunstancias se le hayan tornado adversas, debe recordar que lleva dentro de ella la gran semilla del ser. Debe recurrir a ese convencimiento y extraer fuerzas de su verdadero ser. No nació comerciante: se hizo comerciante. Y asì como no lo era y llegó a serlo, ahora no lo es. Luego ser comerciante no pertenece a su esencia de hombre. Por lo tanto, debe apoyarse y sacar fuerzas de su ser verdadero. Nosotros no podríamos decirle còmo. Pero sì podemos recordarle algo: que debe recurrir a su propio ser.

En 1978 conocimos a un señor que en la Segunda Guerra Mundial había perdido en Rumania todo, todo, por causa de las bombas: familia, bienes, documentos. Nada probaba que había sido mèdico, graduado en una de las mejores Universidades. Ni siquiera podía probar que habìa cursado Educaciòn Primaria. Llegò a Venezuela y fue a parar al pueblo donde ejercíamos como juez de municipio. Era el mèdico rural. Nos hicimos amigos. Excelente persona. Y no por haber perdido todo se sintió perdido también èl. No. Portaba en sì la gran semilla de su propio ser, de su ser humano, de su ser interior, y recomenzó la vida. Porque su ser no dependìa de ningún título, de ninguna circunstancia, de nada ajeno a su propio valer. No se echò a morir. Recurriò a su propio valer ìntimo, y resurgió mediante un nuevo comienzo. Actuò con verdadera sabiduría. Se propuso estudiar de nuevo desde el principio, cuando  llegó a Venezuela en 1946, y escalòn tras escalòn, pudo graduarse de mèdico.

Quien actùa con este nivel de consciencia manifiesta verdadera sabiduría y renace.

La palabra “sabiduría” no viene  del verbo “saber” (“scire”), sino de “sapere”, que quiere decir tener gusto o sabor, juzgar rectamente, comprender. Por eso, sabio no es el que lee y escribe, ni el que ha leído miles de libros, sino el que ha logrado extraer lecciones de las experiencias de la vida. El que ha podido tomarle el sabor a los hechos y a las circunstancias que  le ha tocado vivir. Por eso entre la gente del pueblo hay muchos sabios que son analfabetos. En cambio, hay muchos profesores y científicos que no son sabios, pues les falta aquella “prudencia inteligente” que menciona la Biblia. Es de sabios comprender que lo que realmente vale es nuestro ser interior. No los honores, los cargos, los títulos, todo lo cual es accidental o transitorio…