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Juan Josè Bocaranda E
La filosofía Huna, que ha sido fundamento de
algunas religiones, contiene una estructura de principios que van desde los
elementos que apoyan su realización pràctica, hasta los que atañen a los
deberes básicos del comportamiento de los seres humanos.
Hoy me permito prestar atenciòn a esos
deberes, es decir, a “los mandamientos” que esa filosofía-psicologìa-religiòn
impone al ser humano para que su existencia se realice debidamente.
Para comenzar conviene afirmar que Huna no
cuestiona la existencia de Dios, pero, por cuanto lo considera infinitamente
inabarcable por la razón humana, lo deja en las alturas, evitando especular
respecto a su naturaleza y a sus atributos, como lo hace la teología de las
diferentes religiones, que afirma o niega respecto a lo que realmente no
conoce, sentándolo todo como efectivo sobre la base de meras suposiciones.
Para el espíritu eminentemente pràctico de
los Huna, es suficiente creer en la existencia del Dios Supremo (Kumulipo), mas
fundamendo la fe y la confianza en un nivel adecuado a la comprensión humana, y
este nivel es el que corresponde al Yo Superior, que ellos llaman Aumakùa.
El Aumakùa es, pues, el Yo Superior o
proyección del Dios Supremo en cada individuo, lo que significa –repetimos- que
el Aumakùa es Dios a la altura de nuestro entendimiento limitado.
El conjunto de todos los Aumakùas se denomina
Gran-Poe Aumakua o gran familia de los Seres Superiores de la misma jerarquía.
Sin embargo, màs arriba de este conjunto, existía el Akua-Aumakua o seres de
nivel superior a los cuales podría recurrir el Aumakua….
Este Dios inmediato, o Aumakua, està fuera
del cuerpo físico, a la altura de las manos cuando se extienden los brazos
hacia arriba de la cabeza, mas conectado con el yo medio (Uhane) y con el yo
inferior o subconsciente (Unihipili). De todo lo cual se desprende que,
conforme Huna, cada individuo posee tres
“yo”, lo que significa que cada uno de nosotros cuenta con una escala de “dioses”
que, de menor a mayor son: el Unihipili, el Uhane, el Aumakùa, y el Dios
Supremo, todos los cuales están conectados mediante hilos o cordones aka.
Pues bien. Retornando al asunto inicial de
los preceptos básicos de Huna, sobre los cuales debe asentarse el
comportamiento de los seres humanos, podemos afirmar: el mandamiento básico,
indispensable, consiste en el deber de llevar una vida útil, absteniéndose de
causar algún tipo de daño a los demás. Es decir, si transcurrimos nuestra vida
hasta el fin de nuestros días, siendo ùtiles a nuestros semejantes,
ayudándolos, colaborando con ellos y sin haber causado mal o perjuicios,
intencionalmente, a nuestro pròjimo, podemos estar tranquilos por lo que se
refiere a nuestra consciencia moral y espiritual y a nuestro destino cuando
muramos.
Tal es el precepto básico. Lo que interesa es
comportarnos de tal forma que no causemos daño a nadie. Es un precepto mínimo,
para los menos exigentes. Es decir, para quienes no están interesados en
ascender en la escala de los mèritos espirituales, podríamos decir.
Sin embargo, para aquellas personas que sì
abrigan este interés por la evolución espiritual, Huna consigna un segundo
principio, esta vez de carácter positivo, activo, transitivo, y es el mandamiento de prestar un servicio amoroso
a los demás.
En el fondo, todo esto coincide con el
mandato evangèlico de amar al prójimo como a nosotros mismos, teniendo en
cuenta que lo fundamental es el amor, independientemente de las pràcticas y de
los ritos de la religiòn, cuya validez no es tal, como anota San Pablo, si no
amamos al prójimo.