EL GRAN SECRETO DE LA PERVIVENCIA DEL MATRIMONIO. Juan Josè Bocaranda E

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                                                              EL ABRAZO


EL GRAN SECRETO DE LA PERVIVENCIA DEL MATRIMONIO

Juan Josè Bocaranda E

Volviendo a nuestra amiga “Marianela”. Leamos lo que ella dice en sus “Cronicas” respecto a la pervivencia del matrimonio. Lo  que  podríamos llamar “el gran secreto” de una larga duración del matrimonio.
Escribe:
Para que un matrimonio mantenga unida a la pareja tanto como dure la vida de ellos, es preciso “saber convivir”.
La dulzura es la cualidad esencial de la mujer. Cuando su palabra es suave, quebranta la ira. Una mujer colérica es el mayor tormento de un hogar, algo absurdo y horrible.
Uno de los siete sabios de Grecia decía que sin un carácter dulce, es como si las demás buenas cualidades de una mujer no existiesen. Porque nada valen de por sì ni la inteligencia, ni la buena educación, mucho menos la dote, si no està presente la dulzura.
Al lado de una mujer dulce todo es grato, mientras que al lado de una mujer irascible todo es amargo. La belleza es seductora, la espiritualidad y el donaire son atrayentes. Pero la dulzura es la que màs retiene al hombre, si se tiene en cuenta que la felicidad del matrimonio està en retenerse mutuamente. Palabras suaves, conceptos delicados, ademanes tranquilos forman el mayor encanto de la mujer. Madame Neker decía a sus amigas que “las palabras ofenden màs que las acciones, el tono màs que las palabras y el aire màs que el tono. Sean nuestras palabras  como nuestros brazos en las horas de deliquio: suaves, blandas, dòciles. Yo, como mujer gusto mucho de oir hablar a los maridos de sus respectivas esposas. Y he observado que cuando elogian el ingenio, la gracia, la belleza, la elegancia o cualquier otra cualidad física o moral, lo hacen sin mayor calor. En cambio, cuando dicen: «mi mujer es una pastaflora», dan a su expresión un tono de íntima ternura que revela cuánto impresiona a su espíritu esta cualidad femenina.
“Pastaflora” implica bondad, resignación, avenimiento a todas las circunstancias, tolerancia y encantadora docilidad,
Defecto grave en la mujer es tener un espíritu contradictor, una voluntad fuerte, un carácter terco. A la mujer no debe costarle ceder. La testarudez es buena y honrosa en los generales que defienden un fortín. Para la mujer, ceder es conseguir—siempre que el marido sea tierno, delicado y comprensivo.
Jamás la mujer—y esto es importantísimo—debe herir al marido en aquello en que cifra su amor propio. Téngase en cuenta que el amor propio es más fuerte que el amor; como que muchas veces se ama por amor propio, más aun que por amor a la persona amada. Cuidado, pues, mucho cuidado con herir el amor propio del marido.
No debe mantenerse contradicción en cosas sin importancia. Una herida de amor propio tarda mucho en curarse; quizá no cicatriza bien nunca. Queda siempre un sordo resentimiento. Y el resentimiento—la misma palabra lo dice—es el sentimiento más perenne, de más triste duración.
La incompatibilidad de caracteres es lo más deplorable de la vida conyugal. Y suele nacer de nimiedades, de intolerancias, de tozudeces insustanciales.
Una mujer díscola es inaguantable. Hay que ser como la cera, dócil al moldeo, que al fin el moldeador suele adquirir el carácter de lo moldeado. La vida es breve, y pasarla en disputa constante equivale a cambiar la felicidad relativa por un potro de tormento. Y nada resuelve el divorcio; porque, como ha dicho un filósofo—claro que un filósofo feminista—el divorcio es la disolución de una sociedad en que la mujer ha puesto su capital y el hombre solamente el usufructo. ¿Y adónde va una sin capital? No hay que perder el socio, sino avenirse con él, aunque la sociedad luche con algunos tropiezos. Allanémoslos, en vez de aumentarlos; que al quitar los nuestros, también él—si no es una mala persona—quitará los suyos, despejando así el camino de la dicha.

Vivir es ya un milagro; no depende de nuestra voluntad, sino de la Providencia. Saber vivir depende de nosotros mismos. No malogremos el don de la vida que Dios quiso otorgarnos.

Sólo insistiré, para concluir, en que el cariño vale más que el amor, porque es más sostenible, más durable, más permanente.

  ¡Cariño, cariño, dulcísimo y solidísimo sentimiento! En tí reside la dicha duradera. El cariño surge de convivir. El amor nace de no haber convivido. Reflexionad sobre esto...