RADIESTESIA Y REALIDAD. Juan Josè Bocaranda E


EL PÈNDULO


RADIESTESIA Y REALIDAD
Juan Josè Bocaranda E

PRENSA
Era un sujeto que sabìa arreglárselas para salir en televisión con excesiva frecuencia. Todo un “Aventocles”. Fantasmón y espetado como los mediocres llenos de engreimiento. Por las dimensiones de su aventamiento protocolar, cualquiera diría que era un genio redivivo y portentoso, el non plus ultra de la humanidad. Pero, ¿còmo establecer si el tipo era realmente tan inteligente como pretendía dar a entender con sus frases hechas, con sus discursos incoherentes,  con su gala de fingida sapiencia, con su gesticulación simiesca y sus poses de Mussolini? Bien era cierto que poseìa título universitario. Pero, ¿es ello suficiente para demostrar que una persona es inteligente? Nada. Acudimos a nuestro “quièn es quièn”: la Radiestesia. Para conocer la respuesta, tomamos un péndulo y el Libro de Cuadrantes y ubicamos el gràfico que algunos llaman “El reloj de la inteligencia”.

En “el cuadrante de la inteligencia”, aparece un cìrculo dividido en tres sectores: el de la derecha, lado superior, corresponde la “debilidad mental”; el inferior del lado derecho, que se extiende hacia el lado izquierdo, se refiere a la “inteligencia sana”; y el sector superior del lado izquierdo, al  “talento genial”. En el sector de la “debilidad mental”, existen estos grados: idiotez, imbecilidad, debilidad mental y limitación mental. En el sector “ inteligencia sana”: pseudointeligencia, inteligencia, inteligencia veloz e inteligencia intuitiva. En el sector “talento genial”: genio técnico, genio artístico, genio especulativo y genio universal.

Colocamos debidamente en el centro del cìrculo nuestro péndulo, que gira durante breve tiempo; comienza a tender hacia el sector de la “inteligencia sana”, y se cuela entre el 4 y el 5, es decir, en el grado de la “pseudointeligencia”. Todo, es, pues, en aquel sujeto, apariencia, vistosidad, engreimiento, petulancia y verbosidad.  ¡Ah! y una buena dosis de blandenguerías ante ciertas personas que no se dan cuenta de que las utilizan… Y nada màs.

Esto nos hace recordar a un compañero de residencia, venido de un país del sur, que se inscribió en la Escuela de Biblioteconomìa (ahora, Bibliotecologìa)  de la UCV y quien, para simular una inteligencia que ciertamente le faltaba, se metìa en el “caletre” el índice de los libros y  algunos párrafos del pròlogo, para hacer gala de sapiencia y de erudición en los exámenes. Como no faltan profesores estólidos, de èsos que se dejan encandilar, obtenìa tan altas calificaciones que le hubiesen podido encumbrar a Director de la Biblioteca Vaticana, si fuese que también por allà se dejan impresionar por las apariencias…

¡Y què decir cuando se trata de los políticos! No en pocas ocasiones, cuando “radiestesiamos” a alguno de ellos, nos da como resultado el grado de “imbecilidad”, lo cual no es difícil establecer, aun sin péndulo ni cuadrante, si se tiene en cuenta la estupidez de sus razonamientos, la desubicación de sus afirmaciones y el infaltable recurso a la argumentación ad hominem en la que tanto incurren para desviar la atención, atacando, no las razones de los contrincantes, sino su conducta personal, pretendiendo descalificarlos como homosexuales, cornudos o hijos de la gran reputación. Por esto, para nosotros, como convicción personal, el instrumento màs preciso y universal es el péndulo radiestésico, pues bien manejado suministra información valiosa, contribuyendo a desenmascarar a tanto pseudointeligente que anda por allì presumiendo y apartando a codazos, sin imaginar que hay personas que con un simple peso oscilante pueden  descubrirles hasta sus màs íntimos secretos.

¡Conòcelos bien!, nos grita el péndulo desde su clavito. Y nosotros, antes de ir a los comicios y cuando les oímos desgañitarse en las campañas electorales, les medimos el porcentaje de sus virtudes y de sus vicios, de su sinceridad o de su espíritu falaz, de su amor a la paz o de su inclinación a la violencia, de su egoísmo disimulado o de su corazòn usurero, de su bondad aparente o de su maldad innata, de su demagogia o de su sinceridad, de su pretendido patriotismo o de su disposición a la entrega de la Patria. Porque siquiera de este derecho a la indagación debemos disfrutar los pobres votantes, continuamente engañados por los pseudointeligentes, los pseudosapientes, los pseudos moralistas y los pseudopatriotas.