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Aquì cabe de todo
LA MUJER Y LOS ARCIPRESTES
Juan Josè Bocaranda E
“Como dice Aristóteles cosa es verdadera: el mundo por
dos cosas trabaja: la primera, por aver mantenencia; la otra cosa era por aver
juntamiento con fembra plazentera”-
Estos versos
pertenecen al poeta Juan Ruíz, Arcipreste de Hita, aficionado a la música y clérigo que ejerció
su ministerio sacerdotal en la Provincia de Guadalajara, España, donde
escribió en la cárcel su única obra conocida, “El Libro del buen amor”, que
ha llevado a que se le considere el primer lírico español.
“Cómo amando mujer ofende a Dios, a sí mismo e a su
prójimo”. De esta manera titula el
Capítulo II de “El Corbacho”, el
Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez de Toledo, obra cuya importancia se
destaca como antecedente inmediato de La
Celestina y de El Lazarillo de
Tormes.
Mientras el Arcipreste
de Hita se caracterizaba por ser -como
alguien ha escrito- mundano, muy vital,
jocundo, amigo del “bon vino” y de las “fembras placenteras”, el segundo, el
Arcipreste de Talavera, era sumiso,
recoleto y meditativo, a tal punto que escribió varias vidas de santos.
Ahora bien, ¿qué es o era un arcipreste?
Se trata, hoy, de un
sacerdote católico u ortodoxo encargado de administrar y dirigir un conjunto de
parroquias de una diócesis. En la Edad Media, como consecuencia del Concordato
de 1851, de España, era un sacerdote
encargado de reemplazar al obispo en circunstancias especiales, para presidir
las ceremonias del culto, dignidad que le fue reducida posteriormente.
Personajes más antagónicos y
precisamente clérigos, de la misma religión, con el mismo oficio, y diestros,
ambos, en el manejo de la pluma, no
podrían darse como ejemplo vivo de admiración o menosprecio
respecto a las mujeres.
Es que, cada uno de estos sacerdotes, además de la idiosincrasia, respondió al dominio del ambiente que les
correspondió vivir. Mientras el Arcipreste de Hita nació, al parecer, en 1283,
el Arcipreste de Talavera nació en 1398, en tiempos en que, probablemente, se
había reducido un tanto el libertinaje –en apariencia- de los clérigos.
En efecto, en España, en tiempos de Juan Ruíz, la barraganía estaba muy
extendida entre los clérigos, no obstante las penas de infamia, excomunión,
desheredamiento y otras: desde los cardenales hasta los capitanes de
sacristanía, pasando por los obispos, los abades y los simples párrocos
pedáneos, gozaban y disfrutaban del amancebamiento, con una sola mujer, eso sí. Debido al
escándalo creciente, hubo de intervenir la Iglesia, primero, celebrando el
Concilio de Valladolid y, posteriormente, influyendo en la sanción de la Ley de
Soria, que condenó aquel desorden.
Claro está que no podemos estar de acuerdo con la opinión absolutamente
degradante, vejatoria, que el Arcipreste de Talavera manifestaba contra las
mujeres. Y lo decimos no sólo porque ello contradice por la base los valores cristianos,
sino también porque la mujer es la flor más hermosa que haya podido ocurrírsele a la mente creativa de
Dios en toda la eternidad.