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EL INTELECTO Y SUS LIMITACIONES
Juan Josè Bocaranda E
El ser humano suele escuchar
primero los gritos y los cálculos del intelecto, en vez de averiguar primero
què le dice, sugiere o aconseja el corazón. Por ello cae en errores, muchas
veces de profundas consecuencias. Por
ejemplo, cuando una muchacha se deja deslumbrar por las apariencias de un
pretendiente rico, alto, musculoso y de buena presencia, que después, una vez
casados, resulta ser un tirano, cruel, egoísta, mentiroso. Por ello no es conveniente confiar demasiado en el
intelecto.
Bien es cierto que el intelecto
es necesario para algunas cosas, como la
comunicación, la interrelación, el estudio, la investigación científica. Pero,
no es menos verdad que tiene limitaciones que no puede superar, porque existe
únicamente para interpretar lo que perciben los cinco sentidos. Conoce, razona,
levanta construcciones verbales silogísticas, saca inferencias y conclusiones,
elucubra, arma teorías a granel, enjuicia, critica y pretende lograr màs de lo
que puede. En síntesis, como alguien ha dicho, le encanta filosofar, aunque no
llegue a nada definitivo. Sin embargo, pese a su porfiada autosuficiencia,
surge un momento en el que no puede dar màs de si, y cuando invade terrenos que
no le corresponden, arrastra al error. Por eso le cuesta comprender esas cosas del
llamado sexto sentido, que para èl constituye una necedad, una falsedad, algo
de gente estúpida. No reconoce que èl no es el centro del ser humano, sino
apenas su periferia y que el centro verdadero es la intuición. No quiere
comprender que no debe invadir el terreno de la intuición, cuya existencia
pretende negar, sin tener capacidad para ello, pues debe limitarse al área de
los cinco sentidos, para lo cual y sòlo para lo cual està programado. Por eso
siempre hay conflicto entre el engreimiento sabelotodo de los científicos, tan
limitados como su propio intelecto, y el mundo de la intuición y del sexto
sentido, que por algo suele llamarse “percepción extrasensorial”. Y, como el
intelecto se atribuye una extraordinaria
superioridad, cierra paso a la fe y rechaza con desprecio todo lo que le huela
a “metafísicas” y “espiritualidades”, que le provocan alergias criteriològicas
incontrolables. Por supuesto, con esa actitud soberbia, se automutila para toda
posibilidad de comprender que el ser humano, además de un ser físico,
biológico, es poseedor de la espiritualidad que conduce a la Verdad Verdadera,
a la Verdad de todas las verdades, al fundamento último de las verdades
cientìficas que de aquèlla provienen, en última instancia.
Osho dice que el hombre no es
únicamente cabeza y corazón. “Hay algo màs en èl: su ser. Por eso tienes que
entender tres cosas: la cabeza, el corazón y el ser…Me gustaría que todos los
científicos escucharan al corazón. Eso cambiaría el carácter de la ciencia.
Dejaría de estar al servicio de la
muerte, dejaría de crear cada vez más armas destructivas. Estaría al servicio
de la vida. Crearía mejores rosas, rosas más fragantes; crearía mejores
plantas, mejores animales, mejores pájaros, mejores seres humanos. Pero el
objetivo esencial es ir del sentimiento al ser. Y si un científico es capaz de
usar su cabeza en lo que se refiere al mundo objetivo, su corazón en lo que se
refiere al mundo interpersonal y su ser en lo que a la existencia se refiere,
entonces es el hombre perfecto. Mi visión del nuevo hombre es la de un hombre
perfecto: perfecto en el sentido que estas tres dimensiones funcionan sin
contradecirse entre sí, sino al contrario, complementándose mutuamente”.
Cuando los científicos,
deponiendo el engreimiento y las pretensiones, coloquen en su debido lugar el
intelecto y no le permitan extralimitarse y mandar en ámbitos que no le
corresponden; cuando cedan a las voces del corazón; cuando comprendan que sobre
ellos recae una inmensa responsabilidad que va mucho màs allà de la relación
causa y efecto del mundo material, y cuando reconozcan que existen realidades
que prevalecen sobre los sentidos, abandonaràn la soberbia que les inyecta un
intelecto exorbitado, y comenzaràn a colaborar en la noble tarea de impulsar el
desarrollo del hombre hacia su ser verdadero, a su centro verdadero, que es lo
espiritual.
Las teorías cientìficas, las
opiniones políticas, las ideologías y las escuelas filosóficas, son
transitorias como el tiempo: sòlo la Verdad Verdadera permanece, porque viene,
no del intelecto, sino del corazón.